Sneakerhead

Enfrentamiento entre belleza, capital social y la destrucción del mundo.

El más insignificante jabón de tocador se ofrece como el fruto de la reflexión de todo un concilio de expertos inclinados durante meses sobre el terciopelo de tu piel.

Jean Baudrillard: La sociedad de consumo

Mi amigo Yazir es de Marsella y colecciona zapatillas, Air Jordan 1 en su mayoría, pero no de forma exclusiva. Habla español perfectamente con un fuerte acento cubano y las sneakers que compra son preciosas, carísimas, únicas y a veces para conseguirlas acampa en la puerta de la tienda con un saco de dormir varios días. Ediciones limitadas, colaboraciones con otros artistas, reediciones idénticas a modelos lanzados veinte, treinta años atrás… La variedad es inmensa y los motivos que llevan a empresas como Nike, Converse, New Balance y Adidas a crearlos son dispares.

Según me cuenta, para hacerse con el modelo de adidas: Yeezy Boost 350 V2 Reflective ‘Antlia’, –lanzado en 2015- viajó hasta Manchester, durmió cuatro noches en la calle comiendo comida chatarra del Tesco de la esquina y sufriendo de forma inimaginable cada vez que tenía que ir al baño y le pedía a alguien que le guardara el lugar. De hecho, cuando llegó ya había delante de él unas diez personas. A veces se conocen entre sí, se organizan con una lista y aunque no guarden físicamente la fila, si están por allí se respeta el turno. El honor también es eso y por suerte aún sigue importando.

En realidad, en una release pueden suceder cuatro cosas:

1) Se respeta el turno, la lista y la configuración de la misma como si su elaboración tuviera la solemnidad de un Privilegio Rodado en la Castilla del siglo XIII. Incluso puede llegar a convertirse en una experiencia agradable: se amplía el círculo social, se hacen amigos y se intercambian impresiones.

2) No hay lista, solo queda confiar en la buena voluntad de los presentes y en que la tienda haya contratado seguridad privada para que el lanzamiento no termine en disturbios. No suele pasar casi nunca.

3) Hay lista. Uno de los responsables de la tienda ha informado del número de zapatillas que van a poner a la venta y las tallas. Las personas de la cola se organizan, se las reparten entre ellos y todo es felicidad hasta que llega gente más tarde. En grupo de cinco o seis, se les informa amablemente de que ya se las han repartido: Fuck off here man, there are sold out. We were first. Los que han llegado luego, en ocasiones, lejos de resignarse a quedarse sin ellas, emplean todos los medios de los que disponen en el momento: Insultos, agresiones y acoso. Intentan reventar la fila. Si la cosa de desmadra demasiado los gerentes de la tienda llaman a la policía y cancelan la release. Se traslada a otra fecha o incluso a otra tienda u otra ciudad. De ese modo los que llegaron más tarde, y provocaron los incidentes, tendrán otra oportunidad por hacerse con un par.

4) Ni lista, ni camp out, reserva online. Hay que conectarse desde una IP del país donde va a tener lugar la release, esperar a que los servidores del sitio, colapsados en esos momentos, respondan a la petición de servicio y te otorguen un número de confirmación. Las VPN suelen fallar. Esta opción parece más sencilla que las anteriores pero nada más lejos de la realidad: Yazir me cuenta que atravesó toda Francia y Valonia para llegar hasta Maastricht, aparcar en un área de descanso, ver cómo el operador de su teléfono cambiaba de Orange a KPN y desplegar hasta diez teléfonos móviles en una mesa de madera hinchada por la lluvia y la arrogancia del corazón de Europa en mitad de la nada. Si lo conseguía, tendría que volver a por ellas a un Foot Locker de Amsterdam en un mes. Con la obsesión de Glenn Gould interpretando Las variaciones de Goldberg, Yazir tocó la pantalla de los teléfonos, refrescando la página de los navegadores una y otra vez hasta que desde uno de ellos apareció el dibujo de unas Converse Chuck Taylor verde neón, un número de reserva y un formulario en blanco para introducir sus datos. Había conseguido reservar las Nike KD 10 GS “Foamposite”, estaba exultante y aún así intentaba, con el resto de teléfonos, conseguir otro par. Uno para su colección y otro para revender en Ebay por hasta seis veces su precio de venta original. También podría haber conducido dieciocho horas, ida y vuelta, para nada.

En la historia del sneakerhead se han vivido decenas de disturbios e incluso entre los 80 y los 90 eran comunes los asaltos en plena calle para robarlas a los chicos. En 1989, Michael Thomas, un estudiante de noveno grado de Meade Senior High School, fue asesinado por otro chico de 17 años para robarle sus zapatillas. Ese mismo año, Johny Bates de 16 años fue tiroteado en Houston porque se negó a entregar sus Jordan. Muchos periódicos de la época incluso alertaban de que la adicción a las sneakers era tan peligrosa como la adicción al crack. Tampoco es eso.

La obsesión que lleva a personas como Yazir a hacerse con según qué zapatillas es algo que al principio me costaba entender: “Venga ya, tío. Molan mucho pero, ¡son zapatos! ¿Cómo puedes gastarte seiscientos euros al mes en zapatillas cosidas por niños en Asia?”, le dije una de las veces que se quejaba del cansancio acumulado que tenía por las horas extras que hacía en la oficina para hacer frente a su Santísima Trinidad: sneakers, comida y alquiler. En ese orden. Recuerdo que Yazir me miró muy serio y con la rabia y el orgullo del que ha crecido y madurado en un barrio difícil, multiracial, con un altísimo nivel de desempleo y un equilibrio de poder entre el estado y la mafia corsa, me dijo:  “Je fais ce que je veux avec mon cul” / “Hago lo que quiero con mi culo”. Para las cosas importantes me habla en francés y hace bien, aunque en español el matiz sería algo así como: “Me gasto mi dinero en lo que me da la puta gana. Tú gastas al año miles de euros en libros y en guitarras y te parece legítimo. Eres un esnob, un imbécil y un racista”. Cuando sólo se cree en el honor, la anarquía y la belleza, las contradicciones se tornan molinos de viento.

Y en realidad tiene toda la razón, puede hacer con su dinero lo que se le dé la gana. Para Yazir no eran solo unas zapatillas de deportes, significaban: #CapitalSocial #Desarrollodelaclasemedia #microfelicidad, #algoconloqueespecular, #distinción y #exaltacióndel“yo”paralograrelprestigioylaaceptacióndel“nosotros”.

El consumismo existe en sociedades capitalistas e industrializadas con un fuerte nivel de desarrollo de la clase media. Esa clase bisagra que a veces mira con desprecio hacia abajo y con una suerte de envidia y anhelo estúpido hacia arriba. El fanatismo por las sneakers no es más que un ejemplo que se puede aplicar a cualquier obsesión hacia un objeto o un producto en el que encontramos un instante de felicidad que nos impulse a la fantasía de una mejor versión de nosotros mismos. Terrible. De hecho, aunque la cultura de los sneakerhead –así se les llama a los coleccionistas en argot-, atiende a una lógica capitalista y consumista, es a la vez compleja y conecta de forma directa con la necesidad humana de reconocimiento y recompensa. Entiendo a Yazir, quiero a Yazir y respeto a Yazir. Me encantan las zapatillas de Yazir. Yo antes tenía sólo un par a la vez, hasta que se terminaban rompiendo –Converse Chuck Taylor de lona-, pero desde que conozco a Yazir compro más, diferentes y con más frecuencia, para mi sorpresa, sin haber destrozado las anteriores. Veo documentales sobre la cultura Sneaker, entiendo de modelos y épocas e incluso me planteo intentar conseguir algunos más exclusivos que lanzan de vez en cuando y no se encuentran en las tiendas. Hasta acompañé a Yazir una vez a una release como parte del proceso de documentación para una novela. Después de esto, mi pregunta es: ¿Hemos perdido? ¿He perdido? ¿Hemos dejado de ser individuos libres para transformarnos en una “masa” que prioriza satisfacer necesidades impuestas e impostadas por la maquinaria capitalista en su vertiente más estética? Otra contradicción más.

Es curioso cómo reivindicamos nuestra libertad: individual, de expresarnos, de contar quienes somos –siguiendo el ejemplo de las zapatillas- a través de cómo vestimos y nos comunicamos con el mundo y nuestro tiempo, cuando en realidad se logra precisamente lo contrario. Dar solemnidad a unos objetos que no tendrían por qué ser más diferentes a unas babuchas.

Recuerdo una escena de El Club de la Lucha en la que Tyler Durden / Edward Norton, compra muebles por catálogo mientras sufre de un insomnio devastador e intenta decidir: “¿Esta mesita de té en forma de Ying Yang describe mi personalidad?” Ante esto, la reacción que defiende la novela de Chuck Palahniuk y el filme de David Fincher, es crear un grupo de camareros terroristas que quedan los viernes por la noche para partirse la cara mientras el resto de la semana luchan contra el sistema iniciando una revolución.

#Personalidad #Mesitadeté. Eugenio Sánchez Bravo escribía en 2009 sobre La sociedad de consumo (1970) de Jean Baudrillard: “El objeto entra a formar parte de un complejo código cuyo objetivo es mantener intocables las diferencias sociales. Cuando el sujeto consume no está satisfaciendo una necesidad sino usando signos o, mejor, siendo usado por ellos: atrapado en un lenguaje o en un código cuyo funcionamiento desconoce. El eje del capitalismo ha pasado de la producción al consumo.” Y Baudrillard, en la misma obra, recuerda: “El consumidor vive sus conductas distintivas como libertad, como aspiración, como elección y no como imposiciones de diferenciación ni como obediencia a un código (…) no vive la presión estructural que hace que las posiciones se intercambien y el orden de las diferencias se perpetúe”.

Siendo pragmáticos, parece que hayamos perdido. Sobre todo, si vemos desde un punto de vista ambientalista, lo insostenible que se ha vuelto todo y la cantidad de residuos que generan esos instantes de felicidad. Se puede sobrevivir en el capitalismo, y seguir devorando los objetos que se nos presentan como símbolo de éxito. Sin embargo, va a ser bastante más difícil hacerlo cuando la temperatura de la tierra y los océanos suba, suframos olas de frío y calor, la seguridad alimentaria no esté garantizada y se comiencen a producir desplazamientos de personas. En unos años los disturbios no serán por unas zapatillas Jordan sino por el agua.

 

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